“Que novio ni que ocho cuartos” le
dijo su mamá y la pubertita de 12 años en un chingado berrinche aventó las
esferas de navidad al piso y se aferró al winnie pooh que le había regalado el
amor de su vida de un mes. Aunque se encabrone, aunque la castigue. “No oigo,
no oigo, soy de palo”.
Sabía su nombre completo, el número
de hermanas, que le gustaba quitarle a las morritas las paletas de manita para babearlas, que los “nick” de messenger eran para ella y, claro, que se
conectaba después de comer sólo para seguir coincidiendo en colores favoritos,
el parque de bugas y cuántas veces has jugado a la botella, “ke bonitha tu
foto, pásamela”… suficiente para saber que es un amor para siempre. Su primer pinchi besito, fue ahí en una tarde
de pinta de la prevo, abajo del mezquite y muy rápido antes de que llegue el
Multirrutas, ese viejo bigotón que no para de caminar todo el día buscando
parejitas atrás de los talleres para reportarlos, reportarlos y pegarse un
encerrón con la trabajadora social; de pajarito, cariño, con los ojos
suficientemente abiertos para no chocar la nariz y maniobrando un paso atrás
para evitar pegarse al chamaco caliente, porque bien platicaba con sus amigas “asco
las de tercero que se cachorean en el parque”.
Ese que se fue con la amiga, el
bebito de mamá, el controlador que embarazó a otra, el panchero que rascó las
excusas y el noble que escuchó de dignidad; así seguiditos, sin descanso ni
compasión. “Que novio ni que ocho cuartos”, mierda ¿porqué no la escuchó? prefirió las enseñanzas malas, la de Frida de
entrega total, las de “El amor en los tiempos del cólera” para esperar con
paciencia y cogedera amores no correspondidos, las de “Blanca Nieves” para
chingarse a las brujas, y las de la tele. No hay que negarlo, de “Clase 406” y “Soñadoras” la niña aprendió las precarias nociones de amor que le
han servido por siempre: nunca aceptar una piña colada en la disco porque los
hombres les ponen tachas, las pobres pueden enamorarse de los ricos, los pobres
no deben hacerse pasar por ricos, el sexo sólo si los dos quieren - y con velas
por favor-, las rupturas se arreglan con flores y con la ayuda de la virgencita,
y ¡aguas con las suegras! porque quieren
casar a sus hijos con la Montes Rivadeneira. Cultivó todo eso pero no aprendió nunca
cómo ser protagonista, estar sola y ser feliz (¿acaso se puede?). Pinchi
Aracely Arámbula, aparte de flaca, tonta.
Fue su culpa. Chamaca volada, estaba
en la primaria y ya le gustaban todos los guapos engelados del salón, nunca se
cambia. Que la voltee a ver el güerito, no, no tanto porque todavía no la dejan
rasurarse las piernas; mira, aprendió a jugar a las canicas por él; que le
compren el traje de baño más fosforescente aunque ni nalgas tenga; ay, se dobla
la falda pa’ que se le vean las rodillas huesudas; ¿cuándo le vas a mandar saludos, chino? tanto
le gustas que se conforma con ser tu novia en el recreo, así sin hablarse,
ándale, tantito, ¿apoco no conoces su letra en el chismografo?, el eucalipto del patio está
repletito de corazonsitos ¿ya viste?. Nada. La señora con profundo instinto de saberlo
todo sin preguntar, le soltaba de vez en cuando cariñitos: “Mijita, eres la más
chula de todas, así molacha con tus
moñotes”, pero como siempre sólo le
correspondía el gordito. Y vuelve la burra al trigo.
“Que novio ni que ocho cuartos”, “ay, amá, que loca te pones” y nunca que la escuchó. Pero fue más atrás, ¿te
acuerdas? cuando tenía cinco años se tiraba toda la tarde en el sillón gris y le preguntaba con aquella curiosidad infantil cómo las de televisa se besaban así
en las novelas sin pudor y sin amor, “es que se ponen un dulcesito en la boca”,
“ah”; le cuestionaba varias veces esperando que se equivocara pero siempre la misma respuesta de “chupan
algo”. Pinchi buki coqueta, hasta ahora comprende las enseñanzas maternales,
eso era, eso ha sido siempre: hay que tener siempre chucherías a la mano, en la
bolsa, en los calzones, chuparse pa' dentro la menta, para evitar con cautela el
puto amor.