sábado, 9 de junio de 2012

De quimeras



Con toda esta utilería revuelta en la pantalla, me desprendo lento de la cama y paso seguido empiezo a colgarme de ese lugar de recreo que se ha vuelto mi favorito:  la imaginación en balde... Podrá parecer pretensioso, pero ¿de qué otro lugar me permitirías desengancharte?
Desde acá juego  a encontrarte en el tiempo inexistente, en la lluvia quedita de julio o en alguno de los treinta y un soles de agosto. En el primer descuido tuyo despertaría la tarde con mi risa escandalosa, con la felicidad ingobernable, con esas ausencias llenas ahora de sonrojo y de inquietudes. En un segundo descuido te cercaría con preguntas superficiales para retenerte, a momentos me sentiría con el derecho de robar tu palabra en un cause de labios y cedería mi ideario  lo suficiente sólo para coincidirnos. Si le dieras la ocasión a un tercero, caminaría suntuosa a un ladito tuyo hasta que la calle quedara con un hilo de esencia combinada, paralizaríamos incluso las avenidas y carros al punto de que todos se asomarían -más de lo permitido- desde las ventanas y los negocios, sólo para vernos andar
Aunque todos parezcan pasos arriesgados, confieso que todo lo haría sin ese miedo inquieto y angustioso que a todos los acompaña, pues como una prevención femenina –raro en mi- guardaría en una cajita bélica esas dos armas implacables: una resortera y dulces por si  el desengaño, y un fusil de camelos por si el apresurado amor.
Con un poco de predisposición, en un espacio que no es tuyo ni mío, el olor del café y cigarro  nos adormecería la noche y en una penúltima distracción, la fantasía sería ese sonido de trompetas para irnos de la mano a  uno de los tantos futuros inciertos que ya nos pertenecen. Y aunque nada trascienda y todo pese, me sentiría tan capaz de arrastrarte de la boca del estómago al corazón.
 Pero ante tantas incertidumbres, yo prefiero regresar esta cama de viernes desde la que escribo, segura; porque a saber: los puntos cardinales de la rosa nunca han de rozarse