Con toda esta utilería revuelta en la pantalla, me desprendo lento de la
cama y paso seguido empiezo a colgarme de ese lugar de recreo que se ha vuelto
mi favorito: la imaginación en balde... Podrá parecer pretensioso, pero ¿de qué
otro lugar me permitirías desengancharte?
Desde acá juego a encontrarte en el
tiempo inexistente, en la lluvia quedita de julio o en alguno de los treinta y
un soles de agosto. En el primer descuido tuyo despertaría la tarde con mi risa
escandalosa, con la felicidad ingobernable, con esas ausencias llenas ahora de
sonrojo y de inquietudes. En un segundo descuido te cercaría con preguntas superficiales
para retenerte, a momentos me sentiría con el derecho de robar tu palabra en un
cause de labios y cedería mi ideario lo
suficiente sólo para coincidirnos. Si le dieras la ocasión a un tercero, caminaría
suntuosa a un ladito tuyo hasta que la calle quedara con un hilo de esencia
combinada, paralizaríamos incluso las avenidas y carros al punto de que todos
se asomarían -más de lo permitido- desde las ventanas y los negocios, sólo para
vernos andar
Aunque todos parezcan pasos arriesgados, confieso que todo lo haría sin
ese miedo inquieto y angustioso que a todos los acompaña, pues como una prevención
femenina –raro en mi- guardaría en una cajita bélica esas dos armas
implacables: una resortera y dulces por si
el desengaño, y un fusil de camelos por si el apresurado amor.
Con un poco de predisposición, en un espacio que no es tuyo ni mío, el
olor del café y cigarro nos adormecería la
noche y en una penúltima distracción, la fantasía sería ese sonido de trompetas
para irnos de la mano a uno de los
tantos futuros inciertos que ya nos pertenecen. Y aunque nada trascienda y todo
pese, me sentiría tan capaz de arrastrarte de la boca del estómago al corazón.
Pero ante tantas incertidumbres, yo
prefiero regresar esta cama de viernes desde la que escribo, segura; porque a
saber: los puntos cardinales de la rosa nunca han de rozarse
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