miércoles, 4 de septiembre de 2013

Hecho raíz (sí, con H)

¿Nunca has entrado a un espacio ajeno y has sentido todo completamente extraño y descuadrado?, ¿Las distancias distorsionadas, el sillón incómodo, el ambiente saturado e incluso los colores indefinidos?. Pero al pasar un mínimo de una hora ahí, los sentimientos dan un giro, (eso sí, imperceptible): conoces con exactitud la distancia entre ti y el baño, un sillón o una cama muy confortable y hasta podrías nombrar la diferencia entre el beige número 3 y el hueso de las paredes.

Pero ahora, cuando no sólo es una habitación sino una ciudad entera a la que hay que acostumbrar el cuerpo y los sentidos, todo se complica, no sólo porque hay que agudizarte para interiorizar lo más pronto posible todo, también porque está sobreescrito que habrás de dejar atrás espacios ya digeridos. De entrada la capacidad de asombro nunca la pierdes, los ojos pueden derramarse en el descubrimiento de las cornisas de los edificios, en el físico de las personas, en la nomenclatura de las calles o en la ubicación de los bares.

Pasados los momentos perdido en el centro (donde todo es igual) y buscando la ubicación del sol para encontrar tu norte referencial en el “sí, soy de allá”, no pasarán más de 7 días para que logres abstraer un mínimo de supervivencia. Entonces sí, abrirás la puerta del departamento y respirarás algo que ya conoces, las tazas y platos se parecerán a ti, el sabor del agua de la regadera ya no será tan ácido,  el número de calles que caminarás para llegar a tu destino parecerá normal e incluso las personas que cruzas en los bares los viernes simularán tus amigos.

Las caminatas, las risas, las experiencias , y llegará el momento para irte (o volver). Si logras dejarlo todo y regresar a tu espacio anterior con sólo una mochila cargada de alegría, entonces no has aprendido nada; si en cambio, das el último paso sintiendo que has dejado parte de tu esencia en aquellas tazas despostilladas y en las bancas del parque, entonces habrás echado raíz. Como si el alma se partiera en trocitos y se esparciera en  cada esquina donde reíste al descubrirte pleno y feliz.  

Digo que instintivamente es fácil apropiarse de los espacios, pero  al partir no tienes porque desprenderte y arrancar de tajo el recuerdo de aquella puerta azul. No olvidar que el beige era número tres y que te llevaba quince pasos  y una media vuelta  ir al baño, será la razón perfecta para ir a visitar el alma y regar tus propias raíces. 

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